Pensar a estas alturas de la vida que lo que vemos en el supermercado puede tener algo de casual y de poco estudiado sería pecar de ingenuos. Hay técnicas de markéting en absolutamente todo lo que nos rodea cuando hacemos la compra.
Desde algo tan elemental como poner en los estantes centrales del lineal lo más caro –o lo que más quiere vender el establecimiento– hasta aumentar el ritmo de la música (o pausarlo) para que nos demos más o menos prisa, las fórmulas con las que los comercios incentivan el consumo son de lo más variadas.
Tanto, incluso, como para jugar con efectos ópticos y visuales que hacen que, por ejemplo, las naranjas nos puedan parecer infinitamente más apetitosas. Tanto, también, como para tener claro que las mallas rojas en las que solemos ver las naranjas en fruterías y supermercados no tienen nada de azar.
El extremo llega a que hasta una revista especializada se puso manos a la obra para comprobar cómo el sencillísimo color rojo nos incentiva a comprar más. Publicado en i-Perception, el estudio llevado a cabo por Karl Gegenfurtner de la Universidad Justus Liebig de Gießen ha demostrado que la bolsa de naranjas del supermercado utiliza un recurso cromatográfico que se conoce como ilusión del confeti o asimilación del color.
La ilusión óptica del color
El truco que nuestros ojos hacen, lejos de engañarnos, es el de crear un efecto visual donde la malla roja o de color naranja aumenta la sensación de que la piel de la fruta sea de tonos naranjas mucho más intensos, lo que inmediatamente identificamos como más jugoso, maduro y atractivo. En otras palabras, las naranjas se presentan como mucho más apetitosas de lo que en realidad son, al menos a la vista.
De hecho, cuando la fruta no está totalmente madura o tiene alguna parte verde, el mismo tono anaranjado o rojizo de la malla nos hará creer que la fruta sigue estando en perfecto estado. Por eso, entre otras cosas, para los limones también sucede lo mismo y la bolsa que los suele conservar es de color amarillo, creando el mismo efecto de ilusión. Tanto es así que, como explica el propio Gegenfurtner, si se pusieran en bolsas rojas, los limones los veríamos anaranjados y no tan atractivos.
Se trata de una ilusión óptica que, como decimos, se conoce como asimilación del color y sucede cuando los objetos adquieren el color de algo que está encima de ellos. Esto sucede porque nuestros cerebros están programados para procesar la visión periférica y la percepción del color. Varios estudios lo han corroborado, por ejemplo colocando líneas de colores sobre un círculo blanco; el resultado obtenido fue que el círculo adquiría el color de esas líneas situadas en primer plano.
Traducido de una forma algo más entendible, sería comprobar que nuestros cerebros prefieren ser más eficaces a la hora de mostrar el color, por lo que fusiona el rojo con el naranja, para crear una experiencia más fluida y sencilla, ya que es una percepción que depende del contexto.
Gegenfurtner cuenta cómo pudo comprobar en vivo y en directo la teoría simplemente acudiendo a un supermercado de Gießen para comprar naranjas para zumo, cuando no las encontró en el puesto de frutas de su mercado habitual, puesto que era pleno verano. No era temporada de naranjas pero, como ocurre en España, las grandes cadenas sí tienen este cítrico disponible todo el año, de frutas de cámara o importadas. Lucían lustrosas y estaban empaquetadas en mallas anaranjadas.
Al llegar a casa y sacar la fruta de su envoltorio descubrió que la fruta no era lo que parecía. “¡Cada naranja, de un hermoso color dentro de la red, se convirtió en un tono insípido verde!”, cuenta. El investigador pudo llegar así a la conclusión de que la asimilación de colores tiene un efecto muy potente en la apariencia del color, una valiosa herramienta para la industria y los comerciantes de productos cuyo color no es el más deseado para vender más.
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