En estos tiempos en los que está de moda la cocina molecular o “tecnoemocional”, con la reciente polémica sobre el uso de aditivos, quiero reivindicar un producto básico de la alimentación humana que está cayendo en desgracia día a día, a favor de productos exóticos o, por lo menos, mucho menos saludables que el humilde garbanzo. Producto milenario, base de la tan cacareada dieta mediterránea, e imprescindible en la cocina de medio mundo, desde la India, Oriente Medio y todos los países bañados por el Mediterráneo.
Estoy totalmente de acuerdo con mi compañero Pintxo en la defensa de la cocina de los fogones, a fuego lento, como se ha hecho toda la vida. La cocina tradicional es rica en potajes y pucheros, que si bien no los vamos a encontrar en los restaurantes de moda, deberían seguir siendo la base de una dieta correcta y equilibrada, como ya dijera el eminente nutricionista, el profesor Grande Covián, que tuve el placer de conocer hace unos años en un ciclo de conferencias en la Universidad de Málaga. Era un gran defensor de las legumbres, diciendo abiertamente que debían comerse a diario, en tiempos en los que la comida rápida estaba empezando a introducirse en nuestra dieta.
Es cierto que las legumbres se consumen cada vez menos, han pasado de moda, consideradas equivocadamente como alimentos de baja calidad, cuando en realidad tienen grandes ventajas. Garbanzos, lentejas y alubias han sido protagonistas de la mayor parte de los guisos tradicionales. Baratos y fáciles de conservar son una inagotable fuente de hidratos de carbono, fibra natural, vitaminas y minerales, así que intentemos recuperarlos en sus formas clásicas o incorporándolos a la nueva cocina.
Platos tan sanos y completos como un simple puchero, cocidos (madrileños o maragatos), berzas andaluzas, potajes de vigilia (de garbanzos y bacalao), y la estupenda escudella catalana, no serían lo mismo sin este ingrediente básico. Intentemos recuperar estos guisos, pero también os animo a usar los garbanzos de formas más novedosas y divertidas, como en ensaladas, aliñados de forma sencilla, o usando recetas orientales tan ricas como el cous-cous, el hummus o los falafel, a los que soy gran aficionado. Las posibilidades son casi infinitas.
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