Fue en los años 90 cuando se popularizo el consumo de langostinos en las mesas navideñas. Aquel despegue años más tarde ha colonizado nuestras comidas de Navidad, pero de un tiempo a esta parte además de langostinos encontramos gambines, un término que bien merece que echemos un vistazo a la hemeroteca y, sobre todo, a la ictiología. Y es que los gambones no existen.
Sí, no existe ninguna especie de crustáceo decápodo que la ciencia haya tenido a bien denominar como gambón con su nombre común, al contrario que pasan con una legión de nombres, encabezados por gamba, langostino o camarón que sí son las nomenclaturas más cotidianas de estos estandartes navideños, presentes en algunas recetas de langostinos tan ilustres como las que tenemos en DAP.
Sin embargo, es conveniente que tengamos claro que hay ciertas especies de crustáceos que han acabado dando vida a lo que hoy conocemos como gambones y que en realidad no dejan de ser langostinos más largos y más gruesos de lo habitual. La diferencia está en que los langostinos habituales de nuestro país, algunos con orígenes tan reconocidos como Sanlúcar de Barrameda, el popular atigrado o también en otras latitudes nacionales como la de Vinaroz, en Castellón, que también tienen justa fama.
Sin embargo, los dos baluartes del langostino español (Penaeus kerathurus o Melicertus kerathurus) son más pequeños que sus hermanos latinoamericanos que, con ese tirón del marketing, han ido haciéndose hueco a costa de llamarse gambón y gambones y que en realidad no dejan de ser langostinos.
De otras especies, es cierto, como sucede con el Penaeus vannamei o Litopenaeus vannamei, que es lo que se ha conocido como langostino vannamei o, popularmente, camarón patiblanco en la mayor parte de América Latina y que es uno de los crustáceos de cultivo más extendidos del mundo.
Por otro lado, la otra forma más popular de encontrar al gambón es en el denominado Pleoticus muelleri, que recibe nombres como langostino argentino, langostino patagónico, langostino austral o langostino rojo argentino, además de gambón austral o argentino y que no están tan extendidos en la acuicultura como los vannamei, aunque son también muy abundantes.
La ironía está en que es habitual que hayamos visto a ese langostino con porte argentino presumir de origen o de acento y, curiosamente, Argentina no es una potencia mundial en la producción del langostino vannamei, pero sí exporta Pleoticus muelleri.
En cualquier caso, ambas especies de langostinos se ven con mucha frecuencia en nuestros supermercados, tiendas especializadas en congelados y en los mercados, aunque rara vez vamos a encontrar su nombre científico muy visible, sino siempre en el etiquetado y en la información nutricional. Por cierto, para saber de dónde vienen tus langostinos o gambones esta Navidad, echa un vistazo a un sello que pone FAO en cada caja. Si llega junto al número 41 (Atlántico sudoccidental) u 87 (Pacífico sudoriental) serán langostinos latinoamericanos.
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Por eso, parte del problema de estos gambones o langostinos están en que muchas veces confundimos una especie con otra y luego no somos conscientes de qué animal hemos comido, haciendo distinción entre gambones de distintas calidades que pueden provenir no solo de orígenes y métodos de pesca distintos, sino incluso ser diferentes especies.
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