Pequeños, discretos y moteados. Así son los huevos de codorniz, una alternativa cada vez más frecuente en nuestras cocinas a los populares huevos de gallina. Aunque son un producto que no cambia mucho en sabor, sí lo hace en tamaño y aspecto.
De hecho, son sus motas o pintas lo que más los caracteriza —además del tamaño— y esta especie de mosaico que se hace en su cáscara es parte de la razón de ser de estos minihuevos.
Como es lógico, los huevos de codorniz que a día de hoy encontramos en nuestros supermercados son todos de granja y de codornices domesticadas. Exactamente lo mismo que pasa con los huevos de gallina.
Sin embargo, sus colores son distintos. Con el huevo de gallina siempre vamos a estar en tonos blancos —si la ponedora es clara— o morenos —si la ponedora es oscura—. Además de eso, hay algunas gallinas que ponen huevos de colores, como es el caso del azul, con la gallina araucana.
Lo que no suele cambiar en exceso es el tamaño, aunque haya distintas categorías, siendo sólo más pequeños los tradicionales huevos de pollita. Aun así, son bastante más grandes que los huevos de codorniz, los cuales nos explica Karlos Arguiñano en su programa el porqué del color.
Al hacer una receta de espinacas y dátiles, donde luego corona el resultado final con huevos de codorniz, el popular y televisivo chef vasco da las razones de este singular y reconocible color en los huevos de codorniz.
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Como es lógico, viendo que se trata de animales muy delicados, el camuflaje iba a ser importante. Por este motivo, Karlos Arguiñano aclara que el moteado de los huevos de codorniz no es una casualidad: "las codornices ponen en el suelo y para despistar a sus depredadores tienen estos colores".
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