La bautizó como tortilla vaga, aunque más bien es una tortilla para vagos. O para impacientes, torpes, novatos y amantes de las tortillas no muy gruesas pero sí muy jugosas. Es uno de los platos que hay que probar sí o sí cuando se acude a Sacha por primera vez, y que tan fácil es de replicar en nuestra cocina.
En Sacha sus componentes varían según la temporada o el día, pudiendo coronarse con cebolla caramelizada, unas siempre efectivas piparras, rodajas de chorizo crujiente o de morcilla, boquerones, trufa... El gran invento que tantos cocineros imitan hoy, sin darle el merecido reconocimiento, es que solo se cuaja por un lado.
Por eso es para vagos o para extranjeros, para los ansiosos por devorar una tortilla en su punto con la que mojar buen pan y montar en un periquete un almuerzo sencillo o una cena de lujo en apenas 20 minutos. Nada de dramas al darle la vuelta ni de buscar el punto justo por ambos lados, y tampoco hay que encender el horno.
A nosotros nos gusta usar 5 huevos para 3-4 personas, con cuatro patatas medianas que Sacha cocina cortándolas primero muy finas, con mandolina o buen cuchillo, para hacer unas patatas chips caseras. Siempre podemos ahorrarnos incluso ese paso usando patatas fritas de bolsa, estilo sartén o churrería. Queda buenísima.
Se baten los huevos, se mezclan con las patatas crujientes y un poco de sal, y se cuaja en una sartén con aceite a fuego medio, que sea bien amplia, dejándola hasta que la parte superior cuaje ligeramente para que no esté cruda, y añadiendo en el último momento los ingredientes adicionales, como cebolla caramelizada y jamón, o cebolla frita crujiente.
Un platazo para repetir mil veces en casa que nos hará sufrir menos esos lunes que se hacen especialmente cuesta arriba. O cualquier día de la semana.
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