La ciencia ha demostrado que el peso no depende solo de lo que comemos, sino también de cuándo lo hacemos. Un estudio reciente liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), publicado en International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity, ha identificado dos hábitos clave que se asocian con un menor índice de masa corporal (IMC): prolongar el ayuno nocturno y desayunar temprano.
Especialmente en un tiempo que se están analizando con mucho detalle todas las investigaciones que tienen que ver con el ayuno intermitente, una de las tendencias de moda y que, teniendo claros y oscuros, es evidente como demuestran numerosas publicaciones que puede tener beneficios, aunque eso no signifique sea apta para todos los públicos si el período de ayuno es demasiado largo.
El estudio analizó a más de 7.000 participantes de entre 40 y 65 años de la cohorte GCAT, un proyecto del Instituto de Investigación Germans Trias i Pujol de Badalona, y llegó a conclusiones que podrían cambiar nuestra forma de gestionar el peso a largo plazo.
Una de las principales conclusiones de la investigación es que mantener un ayuno nocturno más prolongado se asocia con un menor IMC. Aquellos que ayunaban al menos 12 horas durante la noche tendían a tener un peso más saludable que quienes no seguían este patrón. Esto se debe a que el cuerpo, durante el ayuno, utiliza mejor las reservas de grasa, lo que favorece la pérdida de peso o su mantenimiento.
El ayuno nocturno, por tanto, no solo ayuda a regular el metabolismo, sino que también mejora la eficiencia del cuerpo al procesar las calorías ingeridas durante el día. Así, al darle al organismo un descanso prolongado sin ingerir alimentos, se optimizan procesos como la quema de grasas y la regulación de la insulina.
El estudio también revela que las personas que desayunan temprano, antes de las 8 de la mañana, tienen un IMC más bajo en comparación con quienes retrasan esta primera comida del día. Según los investigadores, esto se debe a que el cuerpo está más preparado para procesar alimentos a primera hora de la mañana, cuando el metabolismo está más activo.
El desayuno temprano permite que el organismo funcione de manera más eficiente y queme más calorías a lo largo del día. En cambio, quienes retrasan esta comida o la omiten tienden a acumular más grasa y a tener problemas con el control del peso. El hecho de que el metabolismo sea más activo por la mañana es clave para entender por qué este hábito es tan importante.
La investigación destaca que los horarios de las comidas son tan importantes como la cantidad o calidad de los alimentos que se consumen. Este enfoque se alinea con la crononutrición, una rama de la ciencia que estudia cómo los ritmos circadianos influyen en la forma en que el cuerpo procesa los alimentos. Los hallazgos sugieren que pequeñas modificaciones en los hábitos diarios, como cenar antes y desayunar temprano, pueden tener un impacto considerable en el control del peso.
Además, el estudio abre nuevas vías para entender cómo los patrones alimenticios pueden contribuir a reducir el riesgo de enfermedades asociadas al sobrepeso, como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares.
El estudio liderado por el ISGlobal pone de relieve la importancia de cuidar no solo lo que comemos, sino cuándo lo hacemos. Mantener un ayuno nocturno prolongado y desayunar temprano se asocia con un menor IMC y, potencialmente, con una mejor salud general. Aunque todavía se necesitan más estudios para profundizar en esta relación, los resultados son prometedores y sugieren que cambiar los horarios de las comidas podría ser una estrategia efectiva para mejorar la salud metabólica a largo plazo.
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