En esencia podríamos pensar que consumir lácteos, ya sea en forma de leche o en forma de queso, podría tener la misma repercusión para nuestra salud al tratarse de, en origen, la misma materia prima.
Sin embargo, un estudio que ha investigado sobre la afectación en la microbiota del queso y de la leche ha comprobado que esta relación no es necesariamente real. De hecho, sus conclusiones apuntan a que la proliferación bacteriana que se produce es completamente diferente si lo que se ingiere es leche o si comemos queso.
No hay que alarmarse por oír la palabra bacteria, como ya hemos explicado en varias ocasiones, pues la realidad es que nuestro tracto intestinal, de moda desde hace unos años por la implicación de la microbiota y los descubrimientos que se hacen sobre ella, no deja de ser un enorme territorio habitado por trillones de bacterias.
Ellas, entre otras tareas, nos ayudan en la digestión y que podrían tener otras virtudes, aunque es cierto que los estudios científicos que están intentando aportar luz sobre la microbiota y cómo alimentarla para que nos haga más bien que mal no está siendo tan concluyentes como a menudo los medios pretenden.
Ahora, la nueva investigación de la que se hace eco la revista científica Nutrients, una de las más prestigiosas en este sentido, apunta a las diferencias que puede haber en la microbiota en función de si consumimos leche o consumimos productos como el queso.
En este sentido, el objeto del trabajo era comprobar cómo, a pesar de que los lácteos ofrecen nutrientes esenciales en gran cantidad, podrían afectar a la microbiota y si existía una diferencia de comportamiento en comparación a tomar leche.
Y sí, o eso es lo que ha apuntado el estudio que debe ser cogido con pinzas, pues es un trabajo cruzado con solo 34 participantes a los que se recogieron biopsias de tejido intestinal tras una colonoscopia.
En este sentido, la comparativa apunta a que un mayor consumo de lácteos y de leche implicaría una mayor diversidad microbiana alfa, es decir, más riqueza y uniformidad bacteriana. En el caso de un mayor consumo de queso, lo que se apreciaba era una menor diversidad bacteriana.
No solo eso. Del mismo modo, los que ingerían lácteos y leche tenían mayores niveles de dos bacterias muy concretas: la Faecalibacterium, conocida por las virtudes antiinflamatorias, y la Akkermansia, encargada de degradar la mucina y cuya presencia se asocia a una mejor función de la barrera intestinal. Al mismo tiempo, al vincular la akkemansia con el consumo de leche, se puede sugerir que la lactosa y otros componentes lácteos podrían actuar como probióticos.
Por su parte, el mayor consumo de queso se relacionó con una menor abundancia de dos tipos de flora microbiana: los bacteroides y la Subdoligranulum. Apuntan en la investigación que los bacteroides se han relacionado con el cáncer colorrectal, mientras que un nivel bajo de Subdoligranulum se asocia con los trastornos metabólicos.
A su vez, comprobaron que una mayor ingesta total de lácteos tenía una asociación negativa con los bacteroides, por lo que la relación entre componentes lácteos y composición microbiana es mucho más compleja de lo que parece.
Imágenes | Imagen de freepik / Imagen de azerbaijan_stockers en Freepik