Suiza puede parecer un país idílico, casi de postal. Cívico, limpio, buenos salarios, una gran calidad de vida, naturaleza desbordante, militarmente neutral… Todo parece sacado de un cuento hasta que en el oscuro pasado helvético encontramos que algunos de sus lagos están plagados de bombas.
Bombas y otras municiones, pues el ejército suizo utilizó algunos de sus lagos más famosos como vertederos, arrojando allí miles de toneladas de material bélico que, ahora, afloran como un evidente problema medioambiental y de seguridad nacional para lo cual han puesto en marcha un concurso que elimine estas municiones submarinas, algunas sumergidas desde hace décadas.
Así, entre 1918 y 1964, los lagos Lucerna, Thun y Brienz se convirtieron en cementerios de municiones que se iban quedando obsoletas. Esto choca con la percepción que se puede tener de suiza, pues desde hace dos siglos es un país neutral, pero eso no exime que su ejército no esté armado y que, por tanto, no tuviera que deshacerse de municiones antiguas, excedentes o problemática.
La cuestión es que, como es evidente, aquella idea nunca fue segura y ahora Suiza se enfrenta a un problema de doble calado. Por un lado, a la agresión medioambiental que toneladas de escombro militar, plagado de elementos químicos y metales, puede suponer en las aguas de sus lagos.
Por el otro, al riesgo de que, en algún momento, pueda haber una detonación o explosión que implique daños severos. Tanto como para plantear el escenario de que la mejor de las ideas es dejar a estas municiones reposar en el fondo de las tranquilas aguas de los lagos.
Para más inri, el drama de estas municiones submarinas está en su disparidad de profundidad. Hay algunas que, como explica el periódico estadounidense The New York Times, se encuentran hasta a 220 metros de profundidad, pero hay otras que están a apenas diez metros de la superficie.
Por este motivo, Armasuisse, el departamento de Defensa suizo ha lanzado una convocatoria, premiada con 50.000 euros a cada una de las tres mejores propuestas, para el que encuentre la mejor manera de extraer estas municiones de manera segura.
El drama, como es evidente, está en lo difícil del cometido. Poca visibilidad, un peso desproporcionado y el tipo de metales presentes en estas municiones dificulta enormemente cualquiera tarea de extracción.
No es nuevo. En 2005, Suiza ya encargó un estudio para comprobar la peligrosidad de la tarea y se llegó a la conclusión de que su manipulación e intento de recuperación podría suponer un riesgo medioambiental de primer orden.
Aquel estudio además comprobó que la munición sumergida se ha ido sedimentando, siendo cubierta con una capa de lodos de hasta dos metros de espesor. En el caso de revolver o agitar estos sedimentos, se comprometería la cantidad de oxígeno, lo cual podría perjudicar a todo el ecosistema lacustre, como explica Armasuisse.
Entre los riesgos, además destacan la escasa visibilidad, la profundidad antes citada, la presencia de corrientes y la disparidad de los tamaños de las municiones sumergidas, que van desde los cuatro milímetros hasta los 20 centímetros, con pesos que pueden llegar a los 50 kilos. Del mismo modo, aunque la mayor parte de los componentes sumergidos son de hierro o magnéticos, hay elementos también no magnéticos como cobre, latón o aluminio, por lo que su recuperación resulta aún más compleja.
Mientras llegan las ideas, que se harán públicas en abril de 2025, Suiza seguirá esperando que esas municiones vuelvan a la superficie o, definitivamente, la mejor opción sea olvidarlas submarinamente para los restos. Y nunca mejor dicho.
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