Un océano separa Europa de América, pero parece que la distancia es mucho más mayor, si de hostelería y su remuneración se habla, cuando hablamos de costumbres a ambas orillas del Atlántico.
Consagrado en Estados Unidos el ejemplo de capitalismo de 'tanto trabajas, tanto ganas', la costumbre de la propina ha llegado a límites tan insospechados que incluso medios como The New Yorker empiezan a plantear dónde está la frontera en la cultura de la propina en el trabajo.
Y lo hacen llevando esta cultura mucho más allá de la restauración, comprobando cómo se ha inoculado en la población estadounidense un concepto de 'propina' por trabajos que, a priori, ya debería estar realizando el profesional de turno.
Hablan así de abogados, pero también de carniceros, barberos, taxistas, fontaneros, empleados de empresas de mudanzas… Además, se suma un nuevo drama a la ecuación de las propinas: la impersonalidad que de ellas se desprende cuando aparecen marcadas de serie o, incluso, cuando se ha de dejar constancia de ellas a través de iPads, tabletas y otras serie de dispositivos electrónicos que casi ejercen una coacción.
Fue en 1966 cuando el Congreso de Estados Unidos, por entonces dominado por una mayoría demócrata, acordó reducir el salario base de los trabajos en los que se recibían propinas, durante el mandato de Lyndon Baines Johnson. Actualmente, el salario mínimo por hora en Estados Unidos es de 2,13 dólares.
Razón por la que la cultura de la propina, asociada también a cierto esfuerzo del trabajador, se vincula a ese american way of life de ser capitán de tu propio destino y que de tu trabajo va a depender tu remuneración. Hasta que Europa entra en escena.
Tanto que cuentan en el propio reportaje de The New Yorker que se dan ciertos vicios en la hostelería y restauración neoyorquina que suponen que un camarero pierda dinero o, al menos, deje de ganarlo. Básicamente porque se sobreentiende que las propinas son un derecho del personal de sala, que atiende directamente al público, y que no se trata de algo que repercuta en la cocina, por ejemplo, o incluso en los mánagers del restaurante.
Sin embargo, The New Yorker cita un ejemplo paradigmático donde se menciona esa cultura de la propina y de cómo el cliente europeo ni la entiende ni la práctica. "Los alemanes son OK, pero nadie quiere ver a los franceses", explicaba Zach Helfand, autor del artículo.
Sin embargo, hay un más allá. En el ejemplo del estado de Nueva York, la normativa exige que las propinas vayan a un fondo común que luego se reparte entre los camareros, pero hecha la ley, hecha la trampa. Son muchos los restaurantes donde las propinas no van a un fondo común, sino que son directamente agenciadas por el camarero que ha servido a la mesa en cuestión.
Un hecho paradigmático que, como denuncian en The New Yorker, llegó al extremo de que un mánager de un restaurante exigía a sus camareros parte de las propinas recibidas –algo del todo ilegal– y a los que se negaban a cumplirlo les tocaba el peor de los castigos: el cliente europeo.
"Los camareros tenían que darle al mánager uno de veinte o él te colocaba en la peor sección del restaurante, donde sientan a los clientes europeos", apostillaba el artículo.
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