Recientemente, mi padre y yo hemos retomado la sana costumbre que teníamos de quedar un día de la semana para comer juntos y descubrir nuevos restaurantes. Esta vez, el sitio escogido fue la tasca el Botijo, un pequeño local cerca del mercado central en el que se puede disfrutar del arte del tapeo en Valencia.
La carta, aunque variada, es tan poco extensa como el sitio en el que sentarse, pero el ambiente que se respira es alegre, muy bien acompañado con música jazz, algo poco habitual en bares y restaurantes. Pero vayamos a lo más importante, la comida, porque por mucha buena música que haya, si el paladar reniega, de poco vale.
Para empezar, nos decantamos por un paté de caza que, aunque no luciera un color especialmente atractivo, estaba realmente delicioso. Muy intenso en la boca y con un sabor alargado que permanecía un rato jugueteando con el paladar.
Su textura también era muy agradable, ligeramente más cremoso que un paté al uso, se untaba con facilidad en las rebanadas de pan que desaparecían de la cesta a velocidad de vértigo.
En la carta tenía un nombre muy poco descriptivo del que sólo consigo recordar la primera letra (la M), y puesto que ni mi padre ni tan siquiera google han sabido sacarme de mi entuerto, os invito a que me ilustréis en los comentarios o me veré obligado a volver para preguntarlo (y probarlo de nuevo, ya puestos).
Acompañando al paté venía también un plato de ajoarriero, que aunque estaba delicioso, no podía competir con la intensidad y el sabor que ofrecía el paté, si bien, todo sea dicho, acabamos el pan rebañando hasta el último de los rincones de la cazuela.
El ajoarriero es uno de esos manjares sencillos que sólo merecen la pena si están bien hechos, y este lo estaba, así que a pesar de la sombra que proyectaba el paté, os lo recomiendo encarecidamente.
Como decía, nos quedamos sin pan a la segunda tapa, así que pedimos otra cesta mientras esperábamos los siguientes platos y largábamos un buen trago de la Alhambra reserva 1925 con la que acompañábamos la comida.
La siguiente tapa en llegar fue una de tomates templados con jamón ibérico, ante la que nos quedamos un poco decepcionados, pues su aspecto no invitaba demasiado. Sin embargo, resultó ser una de las sorpresas —!Ay, lo que engaña el ojo!— pues estaban espectaculares.
No sabría explicarlo muy bien, pero la tibieza parecía sacar lo mejor de aquel tomate poco sugerente, convirtiéndolo en un bocado que maravillaba al paladar cada vez que entraba en la boca. El jamón, fiel compañero, le daba la puntilla con mucho arte, redondeado una tapa de bandera.
Tras los tomates, la tapa por excelencia:“¡Camarero! !Una de bravas!“. Pero de nuevo, lo que podía ser una tapa del montón, había sido transformada con sencillez y elegancia en una pequeña delicatessen.
En vez de cortar las patatas en dados, freírlas y acompañarlas de la clásica mezcla de ajoaceite y salsa brava, en esta ocasión había ante nosotros una montañita de diminutas patatas hervidas (con su piel y todo), que se derretían en la boca mientras el suave ajoaceite embelesaba al sentido del gusto.
Al igual que me ocurrió con las patatas de la huerta del restaurante Villaplana, me enamoré de inmediato de esta revisión de las clásicas patatas bravas, añadiéndola ipso facto a la lista de cosas que no deberé dejar de pedir si algún día vuelvo a la tasca el Botijo.
Aunque ha sonado a despedida, las bravas no fueron lo último en llegar, sino una clásica tostada de jamón ibérico. En esta ocasión no había invento alguno, y simplemente disfrutamos de un buen pan, con su chorrito de aceite de oliva y unas lonchas de jamón ibérico recién cortado.
En otra ocasión hubiéramos pedido algún postre para zanjar la comida, pero nuestros estómagos —y nuestra urgencia por ir a casa a dormir la siesta— nos recomendaron dar por concluido el ágape y retirarnos a nuestros aposentos a digerir tranquilamente en el sofá los deliciosos manjares que habíamos ingerido en la tasca el Botijo.
Tasca el Botijo
C/ San Miguel s/n
Valencia
Tel. 963239890
Precio: 15 euros por persona
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