Tenemos la costumbre de, a veces, pensar que la naturaleza es inamovible y fruto de procesos milenarios. Tanto como para considerar, por ejemplo, que el Delta del Ebro, una de las referencias nacionales en cuanto a humedales, lleva así configurado desde mucho antes de que el Homo sapiens lo habitara.
"Esto no lleva toda la vida así", indica Guillermo Bores en la Illa de Buda, un pequeño rincón privado en el extremo sudoeste del Delta del Ebro. Propiedad familiar desde el año 1924 cuando lo adquirió su abuelo como finca cinegética, la Illa de Buda se ha convertido en el desvelo, pero también en la pesadilla de Bores.
"Es el único territorio del Delta del Ebro que permanece tal y como era la zona hace cientos de años", asegura con orgullo. "Casi todo el mundo convirtió los humedales del delta para hacer arrozales a lo largo del siglo XX. Nosotros no", advierte.
Ese 'nosotros' se refiere a su familia, que ha mantenido casi la totalidad de la Illa de Buda como humedal, aunque una pequeña parte se dedica al cultivo del arroz bajo una marca –Illa de Buda– con la que abastece, por ejemplo, a alta hostelería como el grupo Sagardi, encabezado por el chef Iñaki López de Viñaspre y convertido en una referencia dentro de la restauración barcelonesa, y a establecimientos como el Real Club de Polo de Barcelona o el Real Club de Tenis, también en la capital catalana.
Aquí, a Bores, le preocupa el cambio climático. Pero casi, por sus palabras, le preocupa más el desconocimiento y la falta de voluntad política para atajar una realidad que, a su juicio, tiene fecha de caducidad. "Creo que en 15 años no existirá la Illa de Buda", lamenta.
"El Delta del Ebro sufre una crisis medioambiental", añade, pero no la busca en el cambio climático ni en el calentamiento global. "La crisis comenzó en los años cincuenta cuando se construyen los pantanos en el cauce del Ebro, aunque fuera una suerte que se construyeran", explica.
"Las presas garantizan agua para consumo humano, riegos, saltos hidroeléctricos para generar energía… Le hemos dado usos al agua ahora a los que no podemos renunciar y el Ebro ya no es capaz de hacer bajar sedimentos como había hecho y quedan retenidos en las presas", cataloga.
"Esos sedimentos mantenían el río y hasta hace poco, el río ganaba la batalla. Ahora es el mar el que erosiona y el río es incapaz de vencer la progresión del mar", considera sobre la situación actual.
"Para eso sirven las playas, que no son solo para bañarse, sino que tienen una función medioambiental que evita que la intrusión de agua marina perjudique a los humedales costeros. Si el agua del mar, que es salina, entra en las lagunas de la Illa de Buda, que es agua dulce, esta se saliniza y muere la fauna y la flora", explica lanzando un SOS amargo: "Aquí no nos ayuda nadie. Ni el parque natural, ni las oenegé conservacionistas y tampoco las instituciones".
Para intentar que le hagan más caso, Guillermo Bores tiene claro que ha de llegar al gran público. "Vosotros sois periodistas y podéis venir aquí. También han venido todos los políticos catalanes y todos dicen 'tenemos que hacer algo', pero luego guardan el proyecto en un cajón", especifica. "Lo que no puedo hacer es traer a siete millones de catalanes a que vean esta realidad porque es imposible e insostenible", aclara.
Por eso, entre otras cosas, montó en 2015 la marca de arroz Illa de Buda, que no solo le permite monetizar de una forma más rentable parte del territorio que configura el extremo sudoeste del Delta del Ebro, sino explicar el proyecto.
"El Delta del Ebro se configuró como tal hace unos novecientos años, cuando se empiezan a talar árboles en las cabeceras del río y se utilizaba como canal para enviar las maderas hasta la costa y construir barcos y levantar edificios", apunta como dato histórico. Una realidad que, por ejemplo, ha configurado la cultura de algunas zonas pirenaicas en Aragón y Navarra con los almadieros o en Cataluña con los raiers.
"Esos sedimentos, por talar árboles y llegar al río, son los que convirtieron el Delta del Ebro en lo que es hoy", asume. Por eso, Guillermo Bores no cree que la solución para paliar la situación es dejar que la naturaleza lo arregle sola. "Esa es la alternativa que dan muchos ecologistas: que lo arregle ella", lamenta. Algo inútil a su juicio. "Hemos alterado el cauce del Ebro para vivir mejor, pero no son conscientes de que el Ebro del siglo XXI no es el Ebro del siglo XIX".
No bajan igual los sedimentos. Tampoco las precipitaciones son iguales y, sobre todo, hemos controlado al río para evitar inundaciones y poder, en cierto modo, domarlo.
Nieto de ornitólogo, Guillermo Bores cursó la misma carrera que su abuelo, el que adquirió estas tierras de la Illa de Buda hace un siglo. Y aquí, en este territorio privado, pide soluciones.
"Mi abuelo era un visionario y un conservacionista, 100 años antes de que nadie supiera lo que significa", recuerda sobre el pasado en el que, por ejemplo, su antepasado ya prohibió la pesca de la angula en este territorio. Sin embargo, Bores no confía en que la Illa de Buda aguante mucho más.
"Aquí hay una emergencia medioambiental que requiere una actuación urgente", clarifica. A su juicio, algo sencillo. "Hay que implementar el modelo holandés, que es barato, de hacer dragas marinas que permitan mover arena del fondo del mar y configurar de nuevo las playas para que actúen como barrera, pero no hay voluntad política para hacerlo", sintetiza.
"Las oenegés y los movimientos conservacionistas quieren que el río se regule solo, como si fuera el mismo Ebro de siempre, pero no se dan cuenta de que lo hemos alterado hasta un punto que necesita intervención humana otra vez", añade con cierta resignación.
Mientras tanto, vende el arroz Illa de Buda, utiliza la finca también con fines cinegéticos y turísticos y, a su vez, no deja de mirar al mar que se come este extremo del Delta del Ebro con cada temporal. "La tormenta Gloria se comió 30 metros de playa", confiesa. Y así, una tras otra.
Imágenes | Grupo Sagardi
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