Cuando me identifico como blogger gastronómico ante personas ajenas a este mundillo, las reacciones suelen ser las mismas. “Anda, ¿y cocinas mucho? ¿Por qué te gusta tanto? ¿Cómo empezaste?” Normalmente doy respuestas algo vagas, y es que normalmente no me paro a pensar en cómo he llegado al momento en el que estoy. Sin embargo, me he dado cuenta de que la cocina ha cambiado mi vida.
Sé que puede sonar grandilocuente o exagerado, sobre todo porque no me dedico profesionalmente al mundo de la restauración o de la hostelería, pero echando la vista atrás puedo afirmar que esta pasión creciente por todo lo que rodea a la gastronomía ha ejercido una influencia determinante en mi camino hacia la vida adulta.
Explorando el mundo a través de sabores
Tengo muy claro que mi primer acercamiento al mundo culinario se produjo gracias a que vengo de una familia multicultural con parientes de orígenes distintos. Mis raíces españoles se sitúan en plena huerta murciana, mientras que el lado paterno me lleva a Suiza, Austria, la República Checa y Colombia, pasando también por Italia y Alemania.
Desde pequeña he tenido la oportunidad de viajar mucho y por tanto de crecer conociendo otras culturas distintas que, inevitablemente, incluían cocinas diferentes. Visitar a la familia y salir al extranjero siempre ha sido zambullirse en otras costumbres culinarias, probar platos nuevos, descubrir ingredientes y productos.
Sin darme cuenta desarrollé una curiosidad natural hacia la cocina tradicional de cada nuevo lugar que visitaba, y esto creo que fue fundamental en una época en la que todavía no vivíamos la plena eclosión de internet. El contacto con otras gastronomías me ayudó, y me ayuda, a descubrir el mundo, a explorar otros lugares a través de sus sabores.
Esos viajes para ver a la familia lejana también significaron algo más. Las visitas siempre implican reuniones familiares y de amigos alrededor de la mesa, entre platos que a mí siempre me parecían banquetes. Sentarse a cenar no era sólo un proceso para matar el hambre, también eran reencuentros, momentos y recuerdos compartidos. Aprendí el valor emocional que puede tener la cocina.
Placer y salud
Cuando alguien se interesa por la cocina, más allá del puro acto de alimentarse, empieza inevitablemente un proceso de aprendizaje que no sólo implica dominar nuevas recetas o técnicas. Con la práctica es fácil acabar enamorándose de la cocina y todo lo que la rodea, y es cuando ya no sólo cocinas para comer, sino que también lo haces con verdadero placer.
La conexión suiza que he comentado me llevó siendo adolescente a intentar recrear en casa las galletas de mi abuela, y así descubrí poco a poco que disfrutaba mucho en la cocina, a pesar de los muchos desastres iniciales. De la repostería fui entrando en los platos del día a día de la mano de mi madre, y las redes, libros y revistas y hicieron el resto.
Y hubo algo más: fui ganando en salud. En ese interés por temas culinarios es inevitable empezar a informarse por aspectos nutricionales, y así es como me di cuenta de los muchos errores que tenía mi alimentación y de la necesidad de cambiar ciertos hábitos. A medida que aprendía a cocinar fui asimilando técnicas, ingredientes y recetas más saludables para una dieta más equilibrada, incluso tomando conciencia con el medio ambiente.
Además descubrí que era intolerante a la lactosa, con la confirmación necesaria por parte del diagnóstico médico. Por entonces no era algo muy conocido todavía y saber por qué me sentaban mal tantas comidas y cómo podía solucionarlo mejoró muchísimo mi calidad de vida alimentaria.
Cocinar como terapia
He mencionado que empecé a cocinar en la adolescencia, una época siempre algo complicada. En mi caso personal pasé algunos años difíciles en los que llegué a ver las orejas al lobo de los trastornos alimentarios, pero por suerte pude salir de allí antes de caer en un pozo demasiado hondo. Y la cocina tuvo un papel muy importante en ello.
No pude evitar sentirme identificada cuando compartí la noticia sobre las terapias psicológicas que utilizan la cocina como tratamiento, ya que a mí también me ha ayudado. Cocinando uno puede abstraerse del mundo, concentrarse en los sabores y aromas, en tener el control de lo que se está preparando. Ayuda mucho recuperar un apetito saludable cuando eres tú quien cocina, eligiendo los ingredientes y controlando todos los pasos. Es más fácil disfrutar de la comida cuando se ama la cocina y se reconecta con la esencia de producto.
Años más tarde, al trasladarme de ciudad, la cocina se convirtió también en algo así como un refugio. Los primeros pasos en un lugar diferente, comenzando una nueva vida, suelen ser difíciles, y cocinar me ayudó a adaptarme, a crear un nuevo hogar y nuevas rutinas. La cocina casera reconforta, y además me permitió abrirme paso poco a poco en la vida madrileña.
Amistades y experiencias
Cualquier cocinillas que pisa una nueva ciudad tarda poco en explorar mercados, tiendas, restaurantes y comercios de todo tipo. Está claro que Madrid ofrece uno de los panoramas gastronómicos más interesantes de nuestro país, con una oferta enorme que crece día a día en muchos campos relacionados con la cocina.
Así, esta afición por los fogones me llevó a conocer muchas caras de la capital y a entrar en contacto con personas diferentes y a crear muchas nuevas amistades. No hay nada como compartir el entusiasmo por la cocina con otro apasionado de la misma, aunque nuestras conversaciones a veces parezcan un poco de locos desde fuera.
Por supuesto, las redes sociales, el fenómeno de los blogs y mi trabajo en Directo al Paladar - ¡incluso he colaborado en un libro! - han ayudado mucho a que el mundo gastronómico tenga ahora un papel tan importante en mi vida. He conocido a muchas personas estupendas, hoy buenos amigos, sigo aprendiendo cada día y me he dado cuenta de que esa afición se ha transformado en un modo de vida.
Cocinar me fascina, me divierte y me relaja. Descubro nuevos sabores y nuevas culturas, aprendo técnicas de vanguardia y reconecto con tradiciones pasadas. Controlo lo que comemos en casa, llevo una vida más saludable y no dejo de vivir nuevas experiencias. Hoy puedo afirmar que la cocina ha cambiado mi vida, y ese entusiasmo por la gastronomía sigue más vivo que nunca.
Imágenes | Pixabay En Directo al Paladar | Cocinar y hornear como terapia contra la depresión En Directo al Paladar | ¿Por qué nos relaja cocinar?