Es un gesto cotidiano recurrente en cualquier cocina: abrimos una lata de atún, de tomate, lentejas o maíz, no gastamos todo el contenido y lo guardamos tal cual en la nevera. Todos lo hemos hecho alguna vez, pero si leemos la etiqueta del envase podríamos llevarnos una sorpresa.
Son muchas las marcas comerciales de alimentos enlatados, ya sean conservas o semiconservas, que suelen indicar que, una vez abierto, se traspase el contenido a un recipiente adecuado no metálico y se conserve en la nevera. Y lo cierto es que, aunque no se especifique, siempre deberíamos hacerlo cuando tenemos sobras de cualquier comida en lata.
Ventajas y desventajas de las latas metálicas
Desde que el británico Peter Durand patentó el sistema de preservar alimentos en envases de distintos materiales, partiendo del método de esterilización descubierto por Nicolás Appert años antes, la comida enlatada ha evolucionado mucho. Inicialmente usando envases de hojalata, esta forma de conservación de la comida revolucionaría para siempre la alimentación mundial.
La hojalata fue sustituyendo a otros metales, usándose hoy en día mayoritariamente aluminio y acero laminado resistente a la oxidación. Hasta no hace demasiado tiempo aún podían encontrarse en algunos países latas con estaño y soldaduras de plomo, material tóxico que Estados Unidos no prohibió definitivamente hasta el año 1995. Aunque potencialmente menos peligroso, el estaño también puede contaminar los alimentos, especialmente en envases abiertos.
Las latas de conservas y semiconservas que hoy encontramos en el mercado son seguras -salvo si han sufrido daños en su manipulación o transporte-, pero mantienen un problema: los metales son proclives a transmitir a los alimentos iones metálicos que pueden alterar sus propiedades organolépticas con el tiempo. Para evitarlo, la industria recubre el interior de las latas con una película protectora, pero esta se empieza a degradar en cuanto se abre.
Otro inconveniente derivado de la apertura, al penetrar el oxígeno y estar en contacto con el exterior, es la posible oxidación del propio material, además de que pueden introducirse microorganismos invisibles. Si bien, gracias a la refrigeración, no es tan probable que suframos una intoxicación alimentaria por guardar una lata abierta en la nevera, sí puede verse afectado el sabor, olor y textura.
Por eso muchos fabricantes recomiendan trasladar el contenido a otro recipiente no metálico y con tapa hermética, para asegurar que su producto no sufre una pérdida de calidad, aunque pueda ser aún comestible. Además, siempre está el riesgo de que se nos pase un poco de fecha por despiste, olvidando cuándo la abrimos exactamente, entrando ya en terreno de peligro sanitario.
Qué deberíamos hacer
Sea una conserva o una semiconserva, que siempre debe estar refrigerada aunque no se haya abierto, las latas metálicas en sí conviene desecharlas nada más abrirlas, salvo que el envase indique lo contario.
Lo más recomendable es trasladar todo el contenido interior -de nuevo, salvo se especifique desechar el líquido- a un recipiente bien limpio, preferiblemente de vidrio o plástico de buena calidad, con tapa hermética, y guardar el alimento en la nevera. No está de más anotar en una etiqueta o cinta de esparadrapo qué es y la fecha en la que lo guardamos, añadiendo el día máximo de consumo.
Alargaremos la conservación si cubrimos el producto, cuando sea posible, con aceite de oliva, su líquido natural -como el suero de un queso fresco- o si podemos hacer un envasado al vacío a corto plazo. En cualquier caso, siempre hay que leer bien la etiqueta de cada producto, seguir las indicaciones y nunca ir de listillos pensando que sabemos cómo actuar.
Conservas caseras (FUERA DE COLECCIÓN Y ONE SHOT)
Fotos | Freepik - azerbaijan_stockers - Angela Khebou
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