Hace años estábamos familiarizados con el correo postal. Cuando llegábamos a casa, encontrábamos las cartas apiñadas en el buzón, pero no esas aburridas y poco halagüeñas cartas del banco, asépticas y con ventanas, sino verdaderas misivas con remitentes de carne y hueso, cuyos matasellos estampados sobre el papel daban aún más autenticidad a estas.
Hoy en día solo vemos membretes de bancos y compañías eléctricas y cuando nos llega una carta de las de antes, nos provoca tanta emoción como misterio. Y qué decir de las postales, que habiendo teléfonos con conexión a Internet nadie se molesta en enviar una, total es mejor fardar al instante con la última foto tomada en Cancún hace un milisegundo.
Esta taza solo es apta para nostálgicos del correo tradicional, aquellos que añoran una postal con la misma fuerza que McGyver se aferra a su navaja suiza. Es personalizable y trae un rotulador incluido para anotar el mensaje y la dirección deseados. Se vende en Internet, ironías de la vida, por 28 euros.
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