La primera vez que probé una panna cotta no tuve mucha suerte. Fue poco antes de saber que era intolerante a la lactosa y me sentó fatal, además la calidad del restaurante no era muy allá. Este verano, buscando postres alternativos que no requieran encender el horno, me he animado por fin a elaborar una versión que pueda tomar con esta pannacotta de queso fresco y miel con frutos del bosque al balsámico.
El queso fresco batido desnatado es casi como un yogur ligero, gracias a los fermentos lácticos, y hace que la panna cotta tenga una textura muy suave, nada pesada. Los frutos del bosque con el toque balsámico crean un contraste afrutado delicioso que se puede preparar con fruta fresca o con su variante congelada.
Disolver la gelatina en el agua y dejar reposar cinco minutos. Calentar la miel con la nata en un cuenco hasta que empiece a hervir. Retirar del fuego, añadir el agua con la gelatina y remover.
Disponer el queso fresco en un cuenco, añadir la vainilla y la sal y batir con unas varillas. Agregar la mezcla de nata poco a poco, mezclando con las varillas, hasta combinar todo de forma homogénea. Repartir en cuencos o vasos y dejar reposar en la nevera hasta que cuaje, como mínimo tres horas.
Para los frutos del bosque, disponer una mezcla de arándanos, moras, frambuesas, grosellas, etc., en un cazo, añadir 1 cucharada de vinagre balsámico, otra de azúcar moreno y calentar. Remover a fuego bajo hasta que se empiecen a deshacer y suelten sus jugos. Dejar enfriar y repartir en la pannacotta cuando haya cuajado.
Con qué acompañar la pannacotta
Podemos repartir la pannacotta de queso fresco y miel con frutos del bosque al balsámico en moldes tipo flaneras para desmoldarlos a la hora de servir, o llenar directamente vasitos de vidrio similares a los de yogur. Cuantas más horas de reposo en frío lo dejemos mejor textura tendrá, y podemos decorar también con unas hojitas de menta.
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