Estaba yo ilusionado con cenar en el Ritz-Carlton de Berlín. No tiene uno todos los días la oportunidad de probar la cocina de un hotel de cinco estrellas, así que tras asistir a una presentación de electrodomésticos de LG para Xataka Home me senté a la mesa para descubrir que no es oro todo lo que reluce.
Aunque a veces parece lo contrario, mi paladar es fácil de satisfacer. Basta con sorprenderme un poco, con que un sabor inesperado haga que cierre los ojos, algo que solo ligeramente lograron los platos que con tanta elegancia posaban los camareros frente a mi. No es que estuviera malo, en absoluto, solo que supuso una pequeña decepción.
También es cierto que al tratarse de un gran evento, y no una cena a la carta, uno debe entender que la calidad no puede ser la misma, pero yo aún tengo grabado el delicioso arroz meloso de rojos que pude disfrutar en una boda celebrada en la arrocería Duna hace más de dos años, así que tampoco debe valer como excusa dada la categoría del lugar.
Como entrante, un clásico bávaro, el tártar, solo que en esta ocasión de salmón, acompañado de una crême fraiche y una gelatina de lima y gengibre. No esperaba una gran explosión de sabor, dado lo poco sabroso que es el salmón de acuicultura, pero tampoco hallé rastro de delicadeza o sutileza.
Siendo un poco exagerado, resultó una experiencia similar a llevarse a la boca una loncha de salmón ahumado sacada directamente del envase. Está rico, pero para eso no hace falta ir al Ritz.
Para limpiar el paladar y dar paso a la carne que se preparaba como segundo, pudimos degustar una sopa de guisantes y menta, con una especie de espuma blanca encima que no sabría identificar. Parecían claras de huevo ligeramente batidas.
La verdad es que la menta le daba un toque especial de sabor --si bien se quedaba entre los dientes al no haberse colado bien-- pero servir una sopa ligera en una cena así era todo un reto para el protocolo de los presentes. Recordad niños: la cuchara es la que debe ir a la boca, nunca al revés.
Como plato principal, la estrella de la noche, una pieza de ternera (diría que redondo) cocinada en su punto justo a fuego lento. Se deshacía en la boca como si fuera un cordero lechal, así que en ese sentido me descubro ante el cocinero, porque la carne estaba perfecta.
Cerré los ojos, lo confieso, y normalmente eso es suficiente, lo que pasa es que todo lo que rodeaba a la carne dejaba bastante que desear, incluida una especie de frittata de patata y calabacín. Si a eso le unimos que estamos en el Ritz en una cena de postín, pues que os voy a decir: me esperaba más.
Para rematar la cena, el postre consistía en una tarta de chocolate con sorbete de frambuesa. El sorbete estaba muy rico, pero con la tarta debía haber ocurrido algún percance, porque me recordaba al crujiente de chocolate y fresas; todos los comensales sufriendo para partirla con la cuchara y algún que otro trozo escapándose del plato.
Tal vez he sido un poco injusto, o a lo mejor no debía esperarme tanto de una cena en el Ritz-Carlton de Berlín, pero lo que ha quedado claro es que no es oro todo lo que reluce y que, como ocurre con muchos hoteles, el desayuno era lo mejor, con una puesta en escena preciosa y una gran variedad de productos, aunque tampoco nada estuviera espectacular.
En Directo al Paladar | El Bohío, el restaurante de Pepe Rodríguez