Los franceses que creyeron en el verdejo antes que nadie: la historia de los Belondrade en Valladolid

  • Desde 1994, una familia francesa ha puesto en el mapa a vinos blancos de guarda en La Seca

  • Ya en su segunda generación, la bodega sigue apostando por el terroir como forma de entender el proyecto

Belondrade Apertura 1
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Casi una catarsis. Así se podría calificar aquel primer encuentro, a finales de los años 80, de Didier Belondrade con la uva verdejo. Ferviente hispanófilo, Belondrade —también amante de los vinos– descubrió, casi por casualidad a través de un amigo, aquel vino de Valladolid que inmediatamente le conquistó.

De altos vuelos, este bordelés que había hecho carrera en el mundo de la aviación comercial como directivo de Air France, se empeñó en lo que parecía una quimera si hablamos de la España de la década de los noventa: hacer un vino blanco de guarda con una variedad autóctona.

Tras comprar unas primeras hectáreas en la zona de La Seca, un municipio considerado la milla de oro de la DO Rueda, Belondrade persiguió una realidad que ahora, 2024, sigue posicionando sus vinos como ejemplo. No es una cuestión baladí y menos aún en una zona que ha hecho de la calidad-precio su razón de ser.

Todo lo contrario por lo que han apostado los Belondrade desde sus inicios. "En España solo había dos grandes vinos blancos en aquella época y los dos se hacían con uvas que no eran autóctonas", indica, refiriéndose a dos etiquetas clásicas como el blanco de Chivite 125, en Navarra, y a Milmanda, de Bodegas Torres, que se elaboraba en Penedès.

"Cuando nosotros llegamos al mercado, nuestros primeros vinos se vendían a 900 pesetas, mientras que los vinos blancos de Rueda estaban sobre las 100 pesetas", explica Didier en la bodega que tienen a las afueras de La Seca.

Confiar en el potencial de la verdejo

Sin embargo, la progresión no ha sido igual de ascendente para ambos caminos en una zona que ve cómo los lineales de los supermercados se llenan de vinos de apenas un par de euros.

Brotacion Una de las parcelas de Belondrade, en plena primavera, comenzando a brotar.

"Nosotros no queríamos competir en esa liga y queríamos demostrar el potencial de la uva verdejo", ilustra Didier, bajo la mirada de Jean Belondrade, su hijo, destinado a ser el que guíe los pasos de futuro de esta pequeña bodega que es esencialmente familiar. Hoy, el emblema del gallo y el intenso color naranja de su etiqueta es una garantía de calidad.

"No queremos correr. Nunca hemos querido", cuentan. No mienten. A pesar de los cantos de sirena, los Belondrade han mantenido su idea de vinos blancos de guarda con la uva verdejo. Para ello cuentan con una persona también casi de la familia, la enóloga Marta Baquerizo, que se encarga de hacer los vinos desde 1999.

Vino blanco de guarda Belondrade y Lurton. DO Rueda

Apenas cinco añadas previas escapan a su control, pues la bodega se configuró oficialmente en 1994. Tres décadas de vida que dan también sentido al mensaje Belondrade y a ser una voz autorizada dentro del sector. "Rueda podría haber sido una Borgoña española, siendo referencia de los vinos blancos de calidad, pero no se hizo así", lamentan.

Un isla de vino blanco de guarda en un mar de jóvenes del año

Casi como una prédica en el desierto, los Belondrade están prácticamente solos en lo que se entiende como vinos blancos de guarda en esta zona. Las alternativas más allá de ellos son pocas, inundadas en un mar de verdejos de precio bajo y accesibles a través del lineal.

Marta Y Jean Marta Baquerizo y Jean Belondrade, en uno de sus viñedos en La Seca.

"Hubo un error de basar el discurso en la variedad", considera Jean, y "ahora se paga el precio de que hagan verdejos competitivos en otras partes del mundo", indicando que quizá "un día la verdejo sea como la sauvignon blanc".

Vino blanco Belondrade Quinta Apolonia.

"Pero la uva es escritura de la tierra", insiste Didier en un concepto, el de terroir, que los Belondrade llevan a rajatabla. Apenas 40 hectáreas de pequeñas parcelas (la mayor no supera las 4,6 hectáreas) se distribuyen en 21 parajes distintos, siendo la verdejo la uva mayoritaria en ellas. "Todo lo que hacemos tiene que reflejar lo que pasa en el campo", explica Jean a pie de viña junto a Marta Baquerizo.

No es un brindis al sol castellano que despunta, frío a media mañana en este altiplano mesetario del mes de abril. "Este clima configura nuestras uvas, igual que el suelo e igual que la forma de entender el viñedo", recuerda sobre ese concepto tan francés que aboga por el terruño y que en buena parte de España no se ha consolidado hasta que ha sido tarde.

Vino rosado Belondrade Quinta Clarisa.

Además, también trabajan otro par de referencias como Quinta Apolonia, un blanco más accesible, y Belondrade Quinta Clarisa, un rosado que se hace con un coupage de syrah y tempranillo de apenas una parcela.

Vinos gastronómicos y amigos del lechazo castellano

No obstante, los Belondrade también saben que sus vinos han cambiado. "Los primeros vinos eran prisioneros de la madera. Ahora son mucho más expresivos del suelo y de la uva", insisten sobre uno de los pilares que ha erigido una bodega que elabora 200.000 botellas al año y de las cuales el 60% se exportan.

Sala De Barricas La sala de barricas de Belondrade alberga casi 300 ejemplares, cuyo parque se renueva anualmente en alrededor de un 30%, pero cuya vida útil durante cuatro o cinco años.

Podrían calificarse como vinos de estilo, pues las referencias que salen en blancos de las modernas instalaciones de Belondrade tienen el patrón común de la madera. "Tenemos 288 barricas donde el vino, en función de los tostados, de la parcela o del año del tonel, se cuida", explican. De allí cada año se hará el assemblage o mezcla de barricas con las que Belondrade saldrá al mercado.

Además, este binomio francés, hace patria gala solo cuando tiene sentido común. "No creemos que plantar sauvignon blanc aquí tuviera lógica. Para nosotros es una variedad que no está adaptada a la zona y al clima, pero que se ha introducido por razones comerciales", lamentan.

El 60% de la producción de Belondrade se exporta a países como Holanda, Suiza, Estados Unidos o Hong Kong.

Tampoco creen en los vinos clónicos que salen de la zona y que anegan lineales y bares con precios que apenas superan los dos euros por botella. "No se puede hacer un buen vino por ese precio final", consideran. Un drama que además hace que el consumidor se enfrente a vinos de tremendas semejanzas que, además, no representan a la uva.

¿Cómo debería ser la verdejo?

"La verdejo no tiene que saber a frutas tropicales ni a plátano. Y tampoco tiene que ser siempre un vino joven del año", insisten. Más allá de eso, la uva verdejo cuando se respeta –con fermentaciones espontáneas, pasos por barricas usadas, vendimias y producciones sensatas– da vinos herbáceos y anisados, con notas de hinojo y de campo, con perfiles cítricos y una acidez que le permite envejecer y durar.

Belondrade Equipo Jean Belondrade, Marta Baquerizo y Jean Belondrade.

También, como es evidente, tener recorrido para pagarse más por él y convertirlo en vino gastronómico, algo en lo que los Belondrade han hecho hincapié desde sus inicios. "Para nosotros no tiene sentido el maridaje clásico de la zona de cordero asado con vino tinto, o con cochinillo al horno. Lo que pide el paladar es un vino que limpie, que desengrase, como un blanco que lo pueda aguantar", apunta Jean Belondrade.

Con los pies en el suelo y muy arraigados, los Belondrade son magníficos embajadores de una forma de entender el vino y de dignificar a la uva verdejo que, además, echaron raíces en una zona que los ha acogido con los brazos abiertos.

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"Nunca hemos tenido ningún problema aquí por hacer estos vinos ni por ser franceses", aclaran con sinceridad. Lo único, cuando se pregunta a alguien en la zona y preguntan por la bodega, la respuesta es fácil: "¿Lo de los franceses? Sí, allí arriba".

Imágenes | Jaime de las Heras

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